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Sigur Rós - Kveikur
Describir
la música de Sigur Rós siempre es un trabajo arduo. Sus canciones van desde
pianos con poquísimas notas acompañado sólo por un chelo, hasta paredes de
sonidos catárquicas en que percusión, guitarra y gritos crean una verdadera
explosión de decibeles. En sus seis discos de estudio han recorrido decenas de
instrumentos, emociones, falsettos,
idiomas y “fórmulas” (por llamarlas de alguna manera) en sus canciones.
Dos
noticias han marcado al grupo en el último tiempo. La primera, la partida del
tecladista Kjartan Svensson en Enero de este año porque “había pasado quince
años en la banda y sentía que quería hacer algo diferente”. La segunda fue a
pocas semanas de la publicación de su disco “Valtari” (2012), confirmaron que
el año 2013 vendría un disco “distinto a las cosas que han hecho antes” y que “sería
más electrónico que Valtari”. La espera acabó hace un par de días con “Kveikur”,
el nuevísimo último disco del ahora trío islandés. Y sí, las expectativas que
ellos generaron se cumplieron. “Kveikur” es un disco caótico, cacofónico, lleno
de sonidos electrónicos de fondo y una batería muy, pero muy potente. El
baterista Orri Dýrason estuvo casi ausente en “Valtari” y ahora está a la
carga con una energía desbordante.
Los
trabajos de la banda suelen usar los primeros minutos en crear una íntima
atmósfera para preparar el ambiente de lo que vendrá, como pasa en los temas
que abren “Ágætis Byrjun” (1999) y “Valtari”. Pero “Kveikur” no advierte, sólo
ataca. Los primeros segundos de “Brennisteinn” comienzan sin aviso ni anestesia,
un rasgueo agresivo de guitarra y un azote (no un golpe, un azote) al bombo de
la batería. El tradicional sonido que crea Jónsi Birgisson al usar su guitarra
con un arco de chelo da una clarísima señal de partida a la canción. Al
aparecer la inconfundible voz de Jónsi y avanzar el tema, lo último que hace “Brennisteinn”
es perder energía. A eso de la mitad de la canción, ocurre un cambio en el
ritmo y Jónsi da rienda suelta a su falsetto;
los fans de “( )” (2002) se sentirán en el paraíso.
Los
instrumentos se tranquilizan un poco en el segundo tema donde si bien no existe
la paz, el eco que generan las percusiones y la voz dan una idea de mucho
espacio alrededor, como si estuvieran tocando con la ventana abierta y parte
del sonido se fuera. Mención especial a los segundos finales donde un par de
bronces son los responsables de relajar al oyente. Todo era un engaño porque “Ísjaki”
(Iceberg) llega con todo. Los mismos
metalófonos que hace pocos instantes dieron sensación de tranquilidad ahora se
unen con Jónsi en cacofonía. Resulta curioso que la batería sea el único sonido
grave en gran parte de la canción. Igual que un iceberg la parte aguda y visible del tema se muestra en gloria
mientras hay una porción grave y poco perceptible allí, debajo del agua.
Entre
canciones que rugieron con un ímpetu pocas veces visto aparecen delicadeces como
“Yfirbord” y “Stormur”. Nunca perdiendo el tinte adquirido en sus temas
anteriores, la música se torna más esperanzadora; aun hay partes que atacan
pero surge una bondad en los sonidos de la canción. Sigur es enfático en
mostrar que siguen siendo los mismos que desgarraron el alma en “Brennisteinn”,
pero ahora convertidos en una calidez y benevolencia que recuerda a pasajes del
“Takk…” (2005) o el propio “Valtari”.
Nuevamente
hay un cambio de ánimo. En un disco bipolar y siempre agresivo aparece “Kveikur”,
contraparte idónea de “Ískaji”. Ahora todos los instrumentos son graves salvo
la voz de Jónsi. Llegando a la mitad del tema los músicos se apartan y dejan a
Orri golpeando las cajas y bombos con una furia que no se oía desde hace más de
una década; se suman luego algunos sonidos pero la batería se roba toda la
película. Si Orri quiere hacer retumbar las paredes, lo hará.
“Rafstraumur”
merece una mención especial. Las canciones pop siguen una fórmula
pre-establecida: Estrofa, coro, estrofa, coro, puente, instrumental, coro. Así
funciona esta canción también; pero no es banal, superficial, descartable ni
relleno. Al contrario, es una de las mejores canciones en todo el álbum; toman
una estructura ya conocida y con ella crean la balada más hermosa desde la aclamada
“Hoppípolla” del disco “Takk…”. Alegre, enérgica y tremendamente cálida, “Rafstraumur”
está para mostrarle a las personas que no conocen Sigur Rós por qué a lo largo
de sus seis trabajos anteriores se ha formado una base de fans tan acérrima.
El
epílogo del disco es una canción muy distinta a las anteriores. Un piano
amparado en un íntimo drone de fondo
y, con esa exquisita y delicada despedida se acaba un trabajo salvajemente
enérgico. “Kveikur” está hecho con pasión, melancolía, rabia, amor e incluso,
fragilidad. Crearon algo nuevo y fresco
sin perder nunca la esencia que ha caracterizado a Sigur Rós; los momentos de
descontrol y agresión se equilibran con los calmos y amables. No se fueron a
ninguno de los extremos pero aun así no se restringieron en nada. Plasmaron
todo en este disco y eso se les nota de principio a fin. Este es el nuevo disco
de los islandeses Sigur Rós.
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Saludos al perrito que me siguió hoy a mi casa.
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