miércoles, 21 de diciembre de 2016

A cinco años de Sin Nombre


Mi primer año de U, estaba saliendo tipo 18:00 con una amiga de la Facultad, ya cansados de las clases en verano que se iban a extender hacia Enero (estúpido paro). El semáforo daba luz roja a los peatones, estábamos acercándonos a la esquina y un Nissan Corsa plateado choca a un bulto blanco en la esquina de Santa Rosa, el bulto sale volando y se escucha el gemido de un perro y ese clásico topón de impacto que todos hemos escuchado y todos nos helamos cuando lo oímos. El Nissan sigue avanzando. Todo eso pasó en el segundo y medio más largo de mi vida. Los dos miramos hacia donde cayó el bulto y las inconfundibles orejas de perro nos prendieron la señal de alerta de inmediato.

Lo habían atropellado.

Los autos nos pegaban bocinazos como endemoniados, y otra estudiante nos grita "¡Salgan de la cuneta para que no los atropellen a ustedes ahora!". Le veo la cara al pequeño perro, el shock de adrenalina lo tenían tan entumecido como el mismo golpe. Un cuarto estudiante (gran amigo) aparece y nos dice lo obvio: hay que sacarlo de la calle. Del modo más suave/adrenalínico posible, entre cuatro personas lo dejamos en la vereda y, con dos segundos de calma le hicimos un diagnóstico expreso. De los hombros hacia arriba estaba intacto, pero a medida que uno bajaba por las costillas, las dorsales y la pelvis, se veía que él estaba molido. Mi amigo me dice que vaya al canil a buscar un saco de comida y lo usemos como camilla para cargarlo hacia la clínica.

En ese entonces yo era voluntario del grupo cuida kiltros de la U, así que corriendo fui al canil, busqué las llaves, los perros me dieron dos ladridos de saludos pero algo me vieron en la cara que me hicieron paso y me dejaron sacar el saco sin problemas. Volví hacia el herido, lo dispusimos en el saco y lo cargamos hacia Veterinaria.

Entre Agronomía (donde ocurrió el choque) y Veterinaria hay unos modestos 400 metros, y estaba claro que el perro estaba condenado a morir. No sabíamos cuándo pasaría y, en el improvisado plan que teníamos, ahorrarle diez segundos de agonía y eutanasiarlo valía la pena. Lo cargamos unos 200 metros (hacia donde está la reja que divide ambas facultades), él dio unas contracciones y lo dejamos en el piso. Lo que tuviera que pasar...tenía que pasar ahí, sin anestesia.

Movía las patas delanteras como haciéndose aire, un par de moscas ya volaban cerca de su boca. Se orinó encima, hizo dos movimientos con la cola. Movió de nuevo las patas, menos esta vez; las costillas se le movían como si hubiera corrido quince maratones, tratando de agarrar aire. Se aquietó un tanto, abrió la boca para tratar de jadear un poco de aire, se orinó de nuevo.

Y se quedó quieto. Más y más moscas llegaron volando hacia su boca.

¿Han oído eso de que los ojos se apagan cuando alguien muere? Es real el efecto, el brillo del reflejo de la luz pasó a ser un negro pupila como esos animales disecados de los museos. Los tres cabros nos miramos y nos devolvimos a Agronomía cargando su cuerpo. Le avisamos a un guardia de un perro atropellado, él aterrado pensando que era uno de sus regalones (en ese entonces habían como cinco perros en Portería), le volvió la cara al cuerpo cuando vio que no era de los suyos. Como ya eran casi las 19.00, le preguntamos si lo podíamos dejar en la portería para enterrarlo mañana. Nos asiente. Por azares del destino ese día llevé la cámara, le saqué la foto de allá arriba (la única que le sacaron alguna vez), para postearlo en el grupo de los cuida kiltros, que supieran de la situación y que para mañana necesitábamos manos para cavar una tumba.


Al día siguiente otro voluntario del grupo cuida kiltros se consiguió un chuzo y lo fuimos a enterrar allá atrás donde tenemos el cementerio de perros. Lo echamos en un saco blanco (aparte del de comida) y lo dejamos metro y medio bajo el suelo, a la sombra de un árbol.

De esas noticias que a nadie le importan porque a nadie le importan los perros callejeros. Porque siguen apareciendo, los siguen atropellando, el TVT y el Parvovirus se siguen extendiendo, y la gente sigue comprando perros de raza. A nadie le importó este perro mientras vivió, probablemente nació en alguna caja de cartón en algún terreno valdío que no importa, sus hermanos murieron a las pocas semanas y él tuvo suerte. Como no le importó a nadie, vivió de bolsas de basura, carne que sobraba de asados o cazar palomas. Sin importarle a nadie llegó un día a la Facultad, le hicimos cariño como a los demás kiltros que llegan y se van. Apareció al día siguiente, y al tercer-cuarto día pasó lo que pasó. Ni nombre ni collar alcanzamos a darle.

En todos estos años que he viajado a la U he visto un par manchas rojas en el pavimento, a veces restos sin cráneo, otro tétrico par de veces un estómago abierto y su dueño a pocos centímetros. Probablemente a Sin Nombre le hubiese pasado lo mismo de no haber tenido la casualidad de que nosotros justo íbamos a cruzar la calle...porque ¿a quién le importa otro perro callejero?

Esto ocurrió el 21 de Diciembre del 2011, y posiblemente pasó muchas veces después con otros perros que a nadie le importan, y con gatos que importan aún menos. Pero a mí me importó lo suficiente para cinco años después aún acordarme que ese mismo día estabas corriendo por los pastos afuera de las salas, y al día siguiente ayudé a enterrarte.

Sayonara, Sin Nombre.

2 comentarios:

  1. laika fue una perrita muy buebna y cuando la sufieron en ka nave lakia no sabia lo que asia y la nave despego y lakia no sabia

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  2. laika no sabia que esta en peligro pero esos estupidos de los hombres y mujeres pútas

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